miércoles, 5 de diciembre de 2012

La escalada, un relato corto de ficción

Había salido un fin de semana ha Montserrat, para escalar la cara Este; la que se sitúa al pie del Monasterio. Llevo seis años haciendo esto y lo crean o no, es apasionante. Me habían hablado de que esas montañas son mágicas, encierran misterios que nadie ha conseguido jams descifrar, así que me decidí escalar en Montserrat.

Mi nombre es Jordi Moncada, y soy escalador aficionado. A veces voy solo y otras con gente, pero generalmente voy solo por una cuestión personal. Disfruto más este deporte si no tengo que arrastrar a nadie con mi cuerda. He probado escalar acompañado con otra gente; otros escaladores y la verdad solo puedo decir que es como estar casados; o te llevas muy bien con ellos, o te llevas muy mal. Y si es lo ultimo, es hasta peligroso.

Aquel sábado por la mañana estaba llegando a la cima de la gran roca debajo de la cual esta el Monasterio. Cuando alcance por fin la parte superior, fue sensacional. Podía tocar el cielo con mis manos. Era un día despejado, sin nubes, y podía verse a kilómetros de distancia.  Estuve de pie contemplando el paisaje y concentrado en el infinito horizonte durante un rato antes de bajar a rappel. Entonces, cuando, ya me quede satisfecho de admirar esas hermosas vistas, me gire y vi a un muchacho. Estaba sentado, vestía una ropa ciertamente extraña, llevaba pantalones negros pirata, una camisa azul, un chaleco negro, alpargatas,  barretina, y una faja negra. La verdad es que me quede totalmente sorprendido al encontrarme un escalador vestido así. Pero por otro lado, se que en el mundo de la escalada hay gente excéntrica que suben vestidos de las cosas mas raras con la idea de filmar un vídeo, así que tampoco era tan extraño encontrarme una persona vestida de ese modo. De todos modos, no pude resistirme y le pregunte.

—¿Quien eres tú? ¿Y como has llegado hasta aquí? —le dije.
El chico me miro muy tranquilo y sonriente.
—¿Es hermosa verdad? —dijo mirando hacia el horizonte.
—¿Como? —pregunte.
—La vista que hay desde aquí —me dijo poniéndose de pie y señalando hacia el horizonte.

Me gire un momento y asentí con la cabeza.

—Sí, es muy bonita —le dije—, pero... ¿que haces tú aquí? ¿Estáis gravando un vídeo o qué? —le pregunte.

Puso una cara extraña.

—No se que es eso.
—¿Y como has llegado hasta la cima de esta roca?

Yo mire hacia abajo y calcule que habrían unos cien metros o quizá mas de altura desde el pie del Monasterio hasta la cima. Era una buena caída.

—Yo siempre he estado aquí —me respondió.
—¿Siempre? —dije.
¡Hostia! No entendí nada.
—Sí, todo el mundo lo sabe —me dijo dando por sentado que yo también lo sabría.
—Pues yo no sabia que tu estabas aquí, es la primera vez que te veo y no te conozco —le dije mirando a su alrededor, tratando de encontrar a alguien más.

El me miro extrañado. Luego miro hacia el Oeste, como si buscara algo. Y yo me quede un poco desconcertado, pensando en que diablos hacia allí un chico vestido de esa forma tan extraña si no es  que estaba gravando un vídeo.

—¿Qué es un vídeo? —pregunto un poco ingenuo.

Le mire confuso porque todos los chicos de su edad saben que es un vídeo. Luego me quite la pequeña mochila que llevaba a mi espalda, la abrí y saque una pequeña vídeo cámara. La puse en marcha y le mostré unas imágenes gravadas.
Él puso cara de asombro.

—¡Cojones! —exclamo— ¡Esto es mágico! 

Sonreí por su forma de definir el ultimo vídeo que yo había gravado durante una escalada en unas montañas de Ribes de Freser. Realmente estaba en lo cierto, el paisaje era mágico. Lo había grabado al amanecer, y podía verse a mis pies una alfombra de nubes con matices entre azul, rojo y blanco. Todavía habían algunas estrellas en el cielo. El chico se quedo asombrado. Bueno, pensé que quizá sabia que era una cámara de vídeo pero que no había visto una tan de cerca jamas.

—Bueno... —dije guardando la vídeo cámara en la mochila— ¿Y que haces aquí? —le pregunte.
—Vigilo las Montañas.
—¿Vigilas las Montañas?
Me estaba intrigando.
—Sí —respondió mirando otra vez hacia el Oeste.
Aquello era muy raro.
—¿Para qué? —pregunte— ¿Es que alguien se las va a llevar?
—No —dijo algo serio— Es para que no consigan pasar —me dijo poniendo la palma su mano derecha sobre sus cejas para hacerse sombra y poder ver mejor.
—¿Quien tiene qué pasar?
—Ellos —me respondió señalando hacia el horizonte, en dirección Oeste.

Mire hacia donde él miraba y vi que se habían formado unos enormes y negros nubarrones, con rayos y truenos, que avanzaban de forma amenazante hacia nosotros. Estarían a unos diez o quince kilometros aproximadamente. Y me quede perplejo porque solo hacia unos minutos atrás que había un cielo azul, un sol maravilloso, y un horizonte despejado. Y ahora, de repente, como salido de la nada, una monstruosa tormenta se acercaba hacia nosotros.

—¿Quienes son ellos? —pregunte sin entenderle.
—¡Vamos! —grito— Debemos darnos prisa. Ya casi están aquí —dijo señalando hacia las nubes negras.

El chico se movió deprisa, y comenzó a bajar por una grieta de cerca de un metro hasta abajo por el otro lado de la gran roca. Parecia un escalador profesional, sabia descender con mucha agilidad. Yo me quede bastante sorprendido por la rapidez por como se movía. Yo tuve que hacer una braga y un nudo flojo, atarlo a un clavo de una roca, lanzar una cuerda para descender en rappel y seguirle. Cuando llegue abajo, di un tirón, y desenganche la cuerda. La enrolle y me la cruce al pecho.

—Oye, espera un momento... ¿Quienes son ellos?
—Los Franceses —me dijo sin mirar atras.
—¿Qué son, un grupo de excursionistas? —le pregunte confundido.

Entonces el chico empezó a correr por un camino cuesta arriba que serpenteaba entre esas extrañas rocas de punta tan redondeada. Yo creí que corría para ponerse a cubierto en algún refugio de montaña para excursionistas o senderista o algo así; lo cual no era mala idea porque realmente la tormenta que se acercaba tenia un feroz aspecto; muy amenazante.

—¡Espera! —grite— ¿A donde diablos vas?
—¡Vamos! —me grito— ¡No hay tiempo que perder! ¡Sígueme!
El chico corrió ágilmente por aquel camino y yo le seguí sin perderle de vista. ¡Joder! cómo corría.
—¡Espera! —le grite.
—¡Tenemos que llegar antes que ellos! —me dijo desde unos quince metros por delante de mi.

Yo le seguía por detrás todo lo rápido que podía, pensé corria como el diablo por la tormenta que tenia muy mal aspecto y la verdad a mi no me apetecía quedarme allí esperando y aguantar una fuerte aguacero. Habría recorrido un kilometro y medio cuesta arriba cuando me encontré al chico apostado entre dos rocas y mirando hacia abajo.

—¡Joder! —le dije jadeando y tratando de recuperar el aliento— hay que ver como corres cuesta arriba... chico.
El se giro hacia mi, me agarro de la cacheta, y de un fuerte tirón me empujo al suelo.
—Agáchate —musito— ¿es que quieres que nos descubran?
Yo seguía jadeando, pero pude tomar aire y le pregunte.
—¿Pero de quien nos escondemos?
El me agarro de un brazo y me arrimo junto a él y me señalo hacia abajo.
—De ellos —respondió indicándome con el dedo.

Mire, y vi cientos de individuos vestidos como antiguos Payeses Catalanes, y también un montón de gente que vestía uniformes del estilo de Napoleón. Era muy real, incluso las nubes negras parecían formar parte de aquella escena como si todo fuera una representación extraordinaria.

—¡Hostia! —exclame— pero si están rodando una película y yo sin enterarme.

Saque mi videocámara y me puse en pie y comencé a filmar. No quería perdérmelo. Apunte a uno que iba vestido como un soldado francés, que además iba muy bien maquillado porque el tío tenia muy mala cara. Entonces me vio y apunto hacia mi. Luego oír un fuerte estruendo y a continuación un rebote en las rocas que tintineo rebotando un par de veces. Entonces el chico me agarro de la mochila y  arrastro hacia el suelo.

—¿Pero que cojones haces —me dijo con enfado—, quieres que te maten, o qué? 
—Pero si son balas de fogueo —le dije.
—Son Franceses, y tienen muy buena puntería —me dijo enojado—  tenemos que impedir que pasen.

Bueno, yo pensé que me estaba metiendo en una película, aunque no vi por ningún lado ninguna cámara, ni focos de luz, ni gente; pero pensé que quizá estarían situados en sitios ocultos para que todo resultara muy verosímil y no se vieran las cámaras.

—Esos tíos no le darían ni a una garrafa de vino de veinticinco litros —le solté bromeando.

Pero entonces un disparo me arranco la bola del sombrero de lana, que yo tome en mi mano y mire con asombro. No quedo nada.

—Ya te lo dije —dijo el chico—, son Franceses, hijos de puta con muy buena puntería. Agáchate.

Estuvimos mirando unos minutos como un enorme grupo de Franceses perseguía a otro de Payeses Catalanes, aquello era una batalla. Entonces el chico se levanto y echo a correr por otro camino que  había entre las rocas.

—¡Sígueme, rápido!
—¿A donde vamos?
—No queda tiempo, vamos —grito— no podemos dejarles pasar.

El seguía corriendo sin que supiera hacia donde se dirigía. Le seguí porque yo estaba perdido en una montaña que apenas conozco y el parecía conocer muy bien aquello. Entonces llegamos a un hueco entre las rocas donde el tenia escondido un tambor. Se paso la correa por el pecho y comenzó a tocar mientras andaba rápido por el camino.

—¿Qué estas haciendo?
—Intento que el ruido de mi tambor resuene por toda la montaña y los Franceses crean que viene un enorme ejercito —dijo.

El chico se movía por los caminos que hay entre las rocas y yo le seguía detrás. La tormenta se cirnió sobre ellos y empezaron algunos rayos y relámpagos seguidos de truenos. Al mismo tiempo el chico hacia retumbar el tambor acompañando a los truenos.

—¡Mira! —dijo señalando al ejercito Francés— se han detenido. Creen que mi tambor es un ejercito y los truenos son los cañones.
—¡Joder —exclame— pero qué película mas real. 

Los Payeses Catalanes pudieron ponerse a cubierto y repeler el ataque produciendo bajas. Los Franceses comenzaron a mirar hacia todas partes asustados, mientras que los Catalanes disparaban y hacían caer a los soldados. Algunos oficiales pensaron que los disparos eran del ejercito que se acercaba y emprendieron la huida. Los soldados Franceses al ver que sus oficiales les abandonaban les siguieron por detrás.

El chico seguía caminando a paso apresurado por todas las rocas haciendo que el ruido de su tambor resonara por toda la montaña; los terribles truenos parecían cañones disparando y yo pensé que me había metido en una película. No se. Aquello era extraordinario. 
 
El chico siguió tocando el tambor sin parar y yo le seguí por detrás sin perderlo. El se detuvo un momento para descansar.
—No se que esta pasando aquí, ni quien eres —le dije— pero esto no me parece normal.
—Esto es una batalla, luchamos por Catalunya, y yo soy el timbaler del Bruc —dijo— tenemos que echar a los Franceses. Sígueme si quieres salir de aquí con vida. 

Le seguí lo mas cerca posible y la feroz tormenta empezó a caer con fuerza sobre nosotros y muy pronto me vi envuelto en una niebla muy densa; eran las nubes que empezaron a caer sobre los picos de las montañas. No se veía nada ni a un metro. Camine horas y horas escuchando el ruido del tambor, pero cada vez sonaba mas y mas lejano. Yo seguía el ruido. No se cuanto tiempo estuve caminando sin parar, perdí la noción del tiempo pero creo que camine envuelto en niebla densa hasta casi agotarme. Por fin llegue a una pendiente al final de la cual había un pinar. El chico estaba allí, mirándome, y luego se perdió entre los pinos. Yo le seguí pendiente abajo en medio de la niebla hasta que llegue a una plaza.

El chico había desaparecido entre la niebla. Mire a mi alrededor y no estaba, se había esfumado. Luego vi una extraña figura en la niebla y al acercarme me di cuenta que era un muchacho con un tambor. Durante unos instantes leí en el pedestal: BRVCH y MDCCCVIII, y luego todo se hizo negro y caí al suelo desmayado.

Dos semanas mas tarde me desperté en el hospital de Valle de Bron de Barcelona, en la unidad de cuidados intensivos. Había sufrido un fuerte golpe y una conmoción cerebral. Había estado en coma. Mire y vi a mis dos amigos, a mi padre, a mi madre, y a gente del hospital. Mas tarde, ya un poco mas recuperado, me enseñaron los periódicos. Pregunte por el Timbaler, el chico que me saco de la montaña pero todos se quedaron mirándome con cara de asombro. Nadie había visto al ningún chico con un tambor. Me explicaron que caí desde treinta metros a un saliente, y la cuerda de escalada amortiguo el golpe y eso es lo que me salvo la vida. Una unidad de rescate y salvamento consiguió llegar hasta la roca y me evacuaron en helicóptero muy grave, pero yo pase dos semanas en una batalla que jamas olvidare.

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